Nunca pasó por un aula de cine. Su formación fue la de un autodidacta, amante del arte que recorre exposiciones y museos, y ve películas, todas las posibles, auspiciado por su entorno familiar. Periodista y economista, Alejandro Landes Echavarría se formó para trabajar en una oficina o en un medio de comunicación, pero su pasión por el audiovisual lo llevó a inscribirse y ganarse una beca en la residencia de la Cinéfondation de Cannes y del Sundance Writers and Directors Lab.
Su película debut fue ‘Cocalero’, un documental sobre la primera postulación presidencial de Evo Morales en Bolivia. “Esta fue la de estudiante, de salir y buscar a ver qué encontraba”, recuerda Landes en una charla con EL TIEMPO. El día de esta entrevista luce expectante, pues la noche anterior había exhibido por primera vez en Colombia su más reciente película: Monos. Hasta el momento, el filme ostenta 12 premios, el más reciente para Landes, como el mejor director, en el festival ucraniano de Odesa.
La historia incomoda, es anacrónica, pero las secuencias se repiten una y otra vez en la mente. Un grupo de adolescentes cumple la misión de cuidar a una mujer extranjera que ha sido secuestrada. Las escenas van del entrenamiento, las órdenes, el desasosiego, la locura juvenil, la huida y unos helicópteros sobrevolando el lugar. Después de los créditos, muchas dudas, no explicaciones, quedan en el ambiente.
Lo que en la pantalla parece un juego no es otra cosa que la guerra, no sabemos si una propia o ajena, en la cual los chicos son tan víctimas como la mujer a la que mantienen cautiva. En el guion, coescrito por Landes y Alexis Dos Santos, no hay juicios morales, no se mira en blanco y negro.
“Es que somos así. Yo sé que hay gente a la que le gusta ir y ver cosas en blanco y negro porque se quedan tranquilos por lo menos dos horitas, saben dónde están parados. Pero ese no es el cine que a mí me interesa, me atrae el que lleva a la gente, que la entretiene, la conmueve, que la tiene en una montaña rusa, como fue para nosotros hacer la película. A mí me gustan los grises”, explica el director.
Con sangre colombiana y ecuatoriana, nacido en Sao Paulo (Brasil), Landes habló de la génesis y el porqué hizo Monos, que estrena el próximo 15 de agosto.
La película ‘Monos’ ha recibido una docena de premios en festivales este año.
Foto:
Cortesía Stela Cine
Pareciera que entre ‘Porfirio’ (su primer filme de ficción) y ‘Monos’ no hubiera puntos comunes, pero sí…
De alguna manera Monos es una reacción a Porfirio (inspirado en el caso real de Porfirio Ramírez Aldana, un hombre minusválido que en 2005 secuestró un avión para reclamar una indemnización del Estado). Porfirio, por la naturaleza del tema, es el relato de un hombre que está por encima de los 50 años, encerrado en su propio cuerpo, la cámara fija –únicamente se mueve como la silla de ruedas en la que está confinado–, todo filmado a un metro de distancia… así que Monos rompe completamente con eso; es decir, no solo hay un personaje, sino varios: son chicos que tienen la vida por delante, con toda la fuerza.
Pero hablamos de la misma fisicalidad en ambas películas; para estos muchachos sus cuerpos están en un proceso de excitación, crecimiento, y creo que Porfirio es un bicho muy propio, raro, en su puesta en escena; en cambio Monos dialoga más con el cine de género, de manera distinta, porque está en del canon de películas de guerra.
Eso sí, en cambio de ser una película de la lucha gloriosa que se ve en las primeras filas de un enfrentamiento, aquí estás en la retaguardia de un conflicto sin país, sin fecha, y eso te permite acercarte a él a través de los personajes y no a través de la ideología, algo que era muy importante para mí.
En ese sentido, Monos deja muchas ideas abiertas.
Eso lo ves en los personajes: no sabes si el grupo representa a la izquierda o la derecha, tampoco sabes si la extranjera secuestrada es agente de la CIA, una turista que estaba en la zona o trabaja para una ONG. De esa manera no simpatizas con el personaje por una condición ideológica, no los condicionas ni das explicaciones respecto a su pasado o su futuro.
Te fijas en los efectos de la violencia sobre quien la ejecuta y eso se vuelve un espejo mucho más interesante y contrario a los que estamos acostumbrados a ver
Le deja eso al público…
Eso era clave, jugar con eso y con el tiempo porque el conflicto es algo que nos acompaña como especie humana, sin duda no lo inventamos acá y tampoco lo vamos a desinventar. Pero sí creo que funciona darle algo hiperrealista, fantasmagórico a la película, jugar con la sensación de los fantasmas del pasado: conflictos propios y ajenos, y también hacer preguntas porque es una película de adolescentes con una vida por delante. Al final creo que con la coyuntura del país habría que preguntarse: ¿hacia dónde vamos? La película viaja al corazón de los miedos que tenemos sobre esta posible y frágil paz, qué vamos a hacer con los que dejaron las armas, qué van a hacer ellos con nosotros, y también ese halo de que siguen existiendo las disidencias.
La historia pone al espectador en medio de un conflicto que no está claro.
Creo que para nuestros abuelos y bisabuelos, en la Primera Guerra Mundial o la Segunda, las líneas están claramente marcadas: ¿de qué lado estabas? Hoy en día, el conflicto para nuestra generación está como en una bruma de guerra, porque si le preguntas a un ciudadano estadounidense de qué lado está en el tema de Siria, duda. Las alianzas y las líneas de esa guerra son tan difusas… y eso me parece que caracteriza los conflictos actuales, que son más sucios. Los bordes no son claros.
El director y coguionista del filme Alejandro Landes, en pleno rodaje.
Foto:
Cortesía Stela Cine
El género de películas de guerra es delirante y en Monos es clara la influencia de Apocalipsis ahora o El señor de las moscas. Usted no habla de la guerra en sí, sino de su daño emocional…
Exacto. Y eso es interesante, aunque la gente dice: ¡qué violento! Pero es muy distinta la violencia gloriosa, romántica, hasta divertida, de esa misma violencia cuando es escalofriante, incluso, para sus perpetradores. Cuando ves a alguien matar por conseguir su libertad, todo el público perdona, pero queda también el efecto en ese alguien que ha matado.
En ese instante te fijas en los efectos de la violencia sobre quien la ejecuta y eso se vuelve un espejo mucho más interesante y contrario a los que estamos acostumbrados a ver: alguien da 20 tiros, no le cae una gota de sudor y sigue adelante como si nada, como un héroe. Creo que ahí hay un giro importante en el tratamiento de la violencia. Aquí hay una mezcla de víctima y victimario.
En todo el metraje, la tensión es latente.
Hay gente que recibió la película como un thriller, incluso hasta como película de terror. Yo no pienso en que voy a hacer esto o lo otro, porque si lo supongo desde antes de empezar, siento que no va a ser original; no le quiero poner nombre. Me parece que lo lindo es desdibujar esas líneas para crear algo original, pero sí es muy importante esa tensión no tan evidente porque de alguna manera la película apela a una herramienta que puede jugar con la consciencia y la subconsciencia. Por un lado, está la ingeniería de la historia que te engancha de una manera cerebral, pura narrativa, pero hay algo más allá, que no sabes qué es exactamente, lo latente, bajo la superficie, y es algo parecido a los sueños.
Eso tenía su razonamiento político porque este momento que vivimos no es el primer sueño de paz que hay, también hubo cosas en el pasado que no se dieron; y los fantasmas de intentos fallidos me invitaron a hacer algo que a veces puede parecer en los años 70 y a veces, con eso de las cámaras nocturnas y algo de tecnología, te lleva a pensar que estamos en otro tiempo, tal vez, medio apocalíptico o quizás en el pasado. Me gustó mucho jugar con el tiempo.
¿Cómo mantiene el hilo en una historia coral como esta?
Son bien complejas de llevar, sabes, y yo no quería tener un protagónico dentro del grupo, quería que esa manada fuera, esa minisociedad, fuera la protagonista. La inspiración para contarla fue el río: que es sinuoso, que no sabes para dónde va, a veces va más rápido, a veces agua calma, los raudales. Y todo eso lo fuimos viendo con las locaciones: arrancamos en Chingaza, reservorio de agua del país, luego baja la montaña, va agarrando velocidad, después los rápidos del final, en plena selva. Edité la película siguiendo el agua.
SOFÍA GÓMEZ G.
Cultura
@s0f1c1ta
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