El Chavo del 8: historia e inicios hace 50 años - Cine y Tv - Cultura




Muchos de sus allegados vaticinaron que sería la peor tontería de su vida llevar a cabo, el 15 de octubre de 1970, la filmación del primer episodio de Chespirito, en el Canal 8 de la televisión mexicana. Según ellos, equivalía a partir de cero tras su exitoso programa Los supergenios de la mesa cuadrada, que le valió llegar a ser productor independiente, en 1969.

Ya había dado otro salto al vacío cuando cambió su profesión de ingeniero mecánico por la de libretista de cómicos, y la agencia publicitaria D’Arcy lo envió –a los 22 años de edad– a la XEW, a escribirles los libretos a Viruta y Capulina.

Cuenta Gómez Bolaños que preguntó: “¿Quiénes son esas señoras?”. Y le contestaron que no eran ningunas señoras, que se trataba de dos “excéntricos musicales” que empezaban a triunfar. Fue así como estuvo con ellos por más de una década en radio, cine y televisión, a mediados del siglo pasado, hasta convertirse en “los reyes del humorismo blanco”, gracias a su labor en los libretos y al director de cine Agustín P. Delgado, el mismo que bautizó a Gómez Bolaños como Chespirito, en alusión al dramaturgo inglés y por la estatura de escasos 1,60 metros.

En su autobiografía recuerda la pregunta que le hacía Capulina (Gaspar Henaine): “¿Por qué escribes para que fulano diga (o haga) chistes?”.

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Esta modalidad fue usual desde los tiempos de Cantinflas, Tin Tan, Resortes y Clavillazo, pero Chespirito consiguió darle un vuelco a ese formato, con historias y personajes que les daban a los comediantes que lo secundaban generosos espacios para su lucimiento. Además, él podía encarnar a varios personajes.

“Yo siempre dije y lo sigo diciendo: el éxito radicaba en el libreto, el escritor lo escribía sin ninguna clase de favoritismo, trataba a todos los actores y sus personajes por igual, y le gustaba que todos y cada uno nos luciéramos por igual”, acota María Antonieta de las Nieves, la Chilindrina, en su libro Esta es mi historia (Planeta, 2015).

En declaraciones recientes, la actriz se quejó de recibir apenas 7 dólares con 10 centavos (unos 27.000 pesos colombianos) por cada emisión del programa, antes de sobrevenir el cierre de las transmisiones, por diferencias entre Televisa y los herederos de Gómez Bolaños.

Gracias a Sin querer queriendo-Memorias (Aguilar, 2006), podemos conocer de primera mano los momentos que explican los orígenes del fenómeno mediático en que se convirtió, al cabo de unos cuantos años.

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Sabemos que nació el 21 de febrero de 1929 en Ciudad de México, en el seno de un hogar de clase media, en la tradicional Colonia del Valle, y que fue el segundo de los tres hijos de Elsa Bolaños, secretaria bilingüe que laboró en la petrolera Pemex, y Francisco Gómez, un ilustrador que llegó a ser director artístico de El Universal. A los 6 años, Roberto quedó huérfano de padre.

Sabemos también que en la infancia asistió al circo Alegría y se enteró de que los payasos existían en la vida real, y que luego, ante su familia, recreaba todos los sketches que había visto con ojos de niño. Fue cuando, por primera vez, comprendió que su destino estaría del lado de la comicidad.

Gómez Bolaños se nutría de toda clase de fuentes. En sus idas frecuentes al cine, donde conoció a sus grandes influencias, el Gordo y el Flaco, Chaplin y Cantinflas, aprendió los secretos del humor blanco. Hasta su afición a observar a la gente, que su madre le reprobaba, le sirvió en su carrera para la creación de personajes.

El boxeo y la gimnasia, con el tiempo, le sirvieron no solo para defenderse del bullying del que fue objeto, por su baja estatura, sino para realizar las acrobacias de sus personajes.

Su destino cambio cuando se convirtió en creativo publicitario mientras laboraba en La Consolidada S. A. “Como quien no quiere la cosa –relata–, me puse a buscar las ofertas de empleo de los periódicos. ‘Se solicita aprendiz de radio y televisión y aprendiz de escritor de lo mismo’. Eso era lo que decía aquel anuncio que me llevó a solicitar empleo en Publicidad D’Arcy, hecho que marcó el primer paso que di para cambiar por completo la trayectoria de mi vida”.

¡¿Oh, y ahora quién podrá defendernos?! ¡El Chapulín Colorado!

La temporada en aquella agencia fue su mejor escuela. Escribía textos para un comercial o un cartel, o se encargaba de la presentación y de los libretos de un programa de radio o de televisión, o componía la letra de un jingle o de un eslogan para la promoción de un producto, pero también los libretos de una treintena de películas de Viruta y Capulina.

Sin duda, su más grande conquista fue el magistral dominio del español –que estudió de manera autodidacta y por años–, sin el cual no hubiera triunfado en su nuevo oficio. Así, con aquel bagaje, en 1969 se pudo convertir en productor independiente con la colaboración del cubano Sergio Peña, el encargado de la programación del Canal 8.

La experiencia, sin embargo, fue una salida en falso, porque la serie El ciudadano Gómez, que protagonizó, nunca la programaron, por decisión de la televisora. Solo se dio tiempo después, cuando le dieron la oportunidad de incluir dos miniprogramas, Chespirotadas y Los supergenios de la mesa cuadrada, de diez minutos cada uno, en la programación sabatina, gracias a Peña, su ángel protector. Por exigencias del público, le pidieron fusionar ambos segmentos en un solo show de 30 minutos, y ante el dilema suprimió Los supergenios y se quedó con Chespirotadas, que luego redujo a Chespirito.

De esta cirugía sobrevivieron Rubén Aguirre, un locutor con deseos de ser comediante y que, por su estatura de casi dos metros, lo encontró ideal para su personaje del profesor Jirafales, y Ramón Valdés, miembro de la dinastía de cómicos más querida de México (con Tin Tan y Manuel ‘Loco’ Valdés).

A María Antonieta de las Nieves la escogió por su buena voz para leer las cartas en La mesa cuadrada, y porque venía de doblar al español series como Los Picapiedra, Los Monster y Hechizada, hasta cuando pudo demostrar que era el vivo retrato de la Chilindrina.

Con Chespirito continuó apostándole al humor apto para todo público que manejó con Viruta y Capulina, pero dirigido ahora a mostrar las peripecias cotidianas del hombre de la calle en su afán por labrarse un futuro, como las que interpretaba Cantinflas, en películas como El portero, El analfabeto, El barrendero y tantas otras.

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Un ingrediente clave fue el habla popular mexicana, sazonada con el picante albur (juego de palabras), pero sin chabacanería y más bien inspirándose en la ternura de Charlot, de Chaplin, las torpezas del Gordo y el Flaco y las persecuciones frenéticas de Mack Sennett. Innovaciones que comenzó a plasmar en la pantalla chica, con el nacimiento de nuevos personajes, como el Chapulín Colorado, además del doctor Chapatín y el profesor Jirafales, que ya eran conocidos.

El Chapulín representó el as en la manga para granjearse la acogida de los televidentes, aunque su existencia era de vieja data –como lo cuenta–, pues lo concibió en su etapa de asalariado y lo ofreció a varios comediantes, que lo rechazaron por extravagante.
Se trataba de una versión subdesarrollada de los superhéroes cinematográficos. Por lo que pensó en un insecto oriundo de México con nombre náhuatl, de atuendo vistoso, pero feo, con antenitas y colorado, por aquello de ‘colorín colorado, este cuento…’.

Sin otra alternativa que protagonizarlo a los 40 años de edad, contra todo pronóstico, el éxito fue casi que inmediato, en buena parte debido al repetorio de frases con que lo caracterizó, que la gente rápidamente hizo suyas: “¡Síganme los buenos!”, “No contaban con mi astucia”, “Se aprovechan de mi nobleza”, y la más apremiante: “¡¿Oh, y ahora quién podrá defendernos?!”. “¡El Chapulín Colorado!”.

Le añadió otras secciones, entre ellas Los chifladitos: Lucas Tañeda (Rubén Aguirre) y Chaparrón Bonaparte (Chespirito) y Los caquitos: el Chómpiras (Chespirito) y el Peterete (Ramón Valdés), que constituían un buen complemento para el programa, contando con los entremeses, que eran parodias sobre personajes históricos y de la literatura universal.

Luego se vio en la necesidad de ampliar el elenco con Carlos Villagrán, Horacio Gómez Bolaños, Édgar Vivar, Florinda Meza, Anabel Gutiérrez, Raúl ‘Chato’ Padilla y Angelines Fernández, que luego tendrían roles independientes.

Al año siguiente incluyó al Chavo del 8, que nació de un antiguo sketch sobre un niño que discutía con un vendedor de globos, y que encarnó a los 42 años de edad.

Una novedad fue que los niños eran interpretados por actores adultos, empezando por el propio Chavo. Así, sin ser una de las secciones principales, pronto se volvió la más popular de todas, y cuando Televisa adquirió el canal, en 1973, tuvo programa propio, al igual que el Chapulín Colorado.

El Chavo del 8 tuvo un primer período del 15 de octubre al 20 de febrero de 1973. Luego fue reanudado el 28 de enero de 1980 y se mantuvo hasta el 25 de septiembre de 1995, día en que cesaron las filmaciones del programa. Roberto Gómez Bolaños, con 63 años de edad, dejó de protagonizar El Chavo del 8, por considerar que ya estaba un tanto mayorcito para seguir con su personaje, y la vecindad estaba casi que desocupada, por fallecimientos y enfermedades de algunos de sus actores.

El Chavo es uno de los programas icónicos de la televisión de Latinoamérica, fue interpretado por Roberto Gómez Bolaños, quien falleció en 2014 a los 85 años.

El número de programas grabados fue cercano a los 1.300, que desde 1992 –según la prestigiosa revista Forbes– generaron ganancias por unos 1.700 millones de dólares para Televisa e ingresos de 15 millones de dólares a favor de su creador.

Fin de la emisión

El pasado 31 de julio se produjo el cierre de sus transmisiones en más de 20 países, lo que originó un gran alud de opiniones en torno al valor del legado artístico y acerca de si era posible un retorno de El Chavo del Ocho y los restantes programas, que hicieron reír a varias generaciones de diversas regiones del mundo, o, por el contrario, si debería ser objeto de un rotundo no, por su anacronismo.

La controversia fue liderada por su viuda, Florinda Meza, quien argumentó que “Chespirito ya es un programa de culto. Es parte del ADN de los latinos, lo llevamos en la memoria genética. Pretender eliminarlo de tajo es una medida poco inteligente”.

El caricaturista Vladdo, en su columna de EL TIEMPO del 4 de agosto pasado, sostuvo que aunque el programa marcó una época, “ya había cumplido su ciclo hace tiempo, pues hoy por hoy la sociedad –y en especial los niños– ve el mundo de otra manera”.

ENRIQUE VÉLEZ CORONADO
Para EL TIEMPO

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