‘En mi época, lo más parecido a la actuación era la arquitectura’, dice Kepa Amuchastegui - Cine y Tv - Cultura




Desde hace 15 años, Kepa Amuchastegui, director y actor de teatro y televisión, vive en una zona rural de Tabio, Cundinamarca. Desde su casa se ve la Peña de Juaica, lugar sagrado para los muiscas pues, dice la leyenda, fue el lugar que Bochica escogió para llegar al mundo.

Desde ese lugar de paz, afirma que venir a Bogotá es cada vez más engorroso, por los trancones y porque cada trayecto es de hasta dos horas y media.

Con un paisaje como ese, y rodeado de naturaleza, no ha sido tan amigo de la tecnología. De hecho, llevaba más de tres años sin usar su Twitter, hasta que hace dos semanas escribió un tuit ofreciéndose para trabajar.

“Se me ocurrió hacerlo. Yo había puesto un mensaje hace un tiempo para contar que dirigía una obra en Casa E. Pero con esto, todo explotó. Fue impresionante, inmediatamente tuve 3.000 nuevos seguidores”, dice.

Amuchastegui salió a calmar ánimos y a explicar que en este momento no tenía trabajo, pero que sí había tenido papeles recientes. Además, que la repetición de Yo soy Betty la fea, donde representó a Roberto Mendoza, había logrado que nuevas generaciones lo conocieran.

“Me llovieron consejos y ofertas, unos proyectos de radio con RTVC, hay cosas que están saliendo”, cuenta en calma tras la avalancha mediática que nunca esperó.
Porque, además, Amuchastegui (Bogotá, 9 de diciembre de 1941) nunca quiso la fama.

Su formación en teatro lo llevó a negarse por años a hacer TV. “Yo fui purista del teatro hasta 1983 y me decía que de prostituirme, pues la plata del teatro no alcanzaba y ya tenía una familia, haría trabajo de publicidad, en lo que estuve un tiempo. Pero en 1983 llegó la tentación de La pezuña del diablo, con libretos de Julio Jiménez y la dirección de David Stivel”, dice.

Esa telenovela fue un éxito y también su personaje del inquisidor Juan Mayorga.
Me llegó una fama súbita, inmediata y enorme que nos cogió desprevenidos a mí y a mi familia. Porque además en mi casa no había televisión, entonces, no veíamos nada.
Este aparato llegó a los dos o tres años porque había mundial de fútbol, y entonces repitieron la novela. Ahí me vi y me detesté, era muy sobreactuado. Venía del teatro, donde la actuación es distinta. David Stivel solo me decía ‘hacé lo que querás’, y me pareció horrible ese trabajo.

¿Y dónde le gustó verse?
Pues no me detesté en Camelias al desayuno, ahí me vi como a la medida de la televisión. Esa fue una serie de capítulos de media hora, escrita por Bernardo Romero Pereiro, a la que le fue muy bien. No se puede decir que fuera una historia nueva, era la de un gerente de una empresa, casado, con hijos, que se enamora de su secretaria, algo conocido, pero muy bien escrito y dirigido, que pegó durísmo.

Otro personaje es el de ‘Los pecados de Inés de Hinojosa’.
Sí, fui Pedro Bravo de Rivera. Yo no la había visto pero hace poco vi un par de capítulos y me sorprendí lo bien hecha. Aguanta todo: el tema, la técnica y la dirección de Jorge Alí Triana.

Muchas personas que trabajan en ambientación de cine y TV son arquitectos, pero sorprende que actores y directores tengan esta carrera. Usted empezó por ahí también.
Hay varios. Santiago García, fundador del Teatro La Candelaria, y Carlos Duplat, actor y director de teatro y televisión. Es que en esa época en la que empezamos a estudiar (finales de los años 50 y principios de los años 60) no había carreras intermedias y en las familias se estudiaba para médico, abogado, ingeniero o arquitecto. Comunicación y bellas artes era para las niñas, y filosofía y letras también.

Así que la carrera que más se parecía al teatro era arquitectura. En mi caso, en segundo o tercer semestre ya hacía parte del coro y el grupo teatral de la universidad y rápidamente me fui a lo que me gustaba.

Luego estudió en París y en Inglaterra.
En 1966 me fui a París a estudiar teatro, una beca de año y medio que era una autogestión de los estudiantes que hacíamos nuestro propio pénsum. Luego regreso a Colombia y con varios amigos creamos el Teatro La Mama. Me quedé como dos años al frente y estrenamos 36 obras. Posteriormente, el Consejo Británico me ofrece una beca donde yo quisiera, y les dije que en el Royal Shakespeare Company, y me la dieron. Fui controlador de escenarios y asistente de Peter Brook (director de teatro, cine y ópera inglés) en Sueño de una noche de verano. Aprendí muchas cosas de él solo con estar a su lado. Somos amigos.

En Europa conoció a su esposa.
Sí, se llama Iona, es holandesa y tenemos dos hijos: Unai y Bellien. Nos conocimos en Holanda cuando fui con el grupo de teatro de Francia a La Haya, a ver una obra teatral del director polaco Jerzy Grotowski, que había estado preso 12 años. Nos hospedamos en la casa de una señora que tenía dos hijas y ahí nos encontramos. Luego ella fue a París y me dijo: ‘vengo a ver qué pasa’. Cuando volví a Colombia seguimos a través de cartas. Ocho meses después, ella viene y me dice lo mismo: ‘Vengo a ver qué pasa’.
Llegó en la víspera de la inauguración de La Mama, así que la recogí en el aeropuerto, la llevé a la casa de mis papás, donde vivía, y se las presenté. Con mi papá hablaba en francés y con mi mamá por señas, pues no tenían un idioma en común.

Y se quedó.
Sí, estamos muy bien juntos.

Usted es hijo de inmigrantes. ¿Cómo llegaron sus padres a Colombia?
Mis padres eran vascos. Mi padre salió despavorido de Bilbao en víspera de que la ciudad fuera invadida por las fuerzas de Francisco Franco. Él era tesorero del Partido Nacionalista vasco y empleado del Banco de Bilbao. Si lo hubieran cogido lo habrían fusilado. Salió con 200 pesetas en el bolsillo. Se quedaron mi mamá y mi hermana, que tenía tres años. Le dijo a mi madre que se veían en 15 días y tardaron dos años en reencontrarse, no la dejaban salir del país para presionar a mi padre a volver.

Él llegó a Bélgica en barco y allí conoció a una familia colombiana que había comprado unos marranos de raza para traer a Sibaté. Le propusieron que se viniera con ellos y se encargara de los marranos. Mi papá no sabía nada de eso, pero aprendió. Llegaron a Buenvantura en barco y en tren a Bogotá.

Esta familia, al ver que mi padre era juicioso, le dijo que iban a volver a Europa y que tratarían de sacar a mi madre y a mi hermana. Lo lograron con un pasaporte falso y diciendo que era su empleada. Yo nací luego.

¿Qué pasó con los marranos?
Se fueron muriendo, aquí en ese momento había otros marranos muy distintos, que comían lo que fuera, los engordaban y los vendían. Los de pura raza eran de tratamiento complicado. Luego mi papá compró una fábrica de velas y cirios y con ella nos educaron, hasta que la electricidad reemplazó los cirios de las iglesias. Mi papá también fue revisor fiscal.

¿Que le contaban ellos de la guerra civil?
En casa no se hablaba mucho de eso, pero a mi padre le gustaba escribir e hizo un par de historias de esa odisea. De todos modos, tenían un gran enraizamiento de lo vasco, y nos inculcaron la cultura, las costumbres y los cantos. No hablo el idioma porque como estudiamos en el Liceo Francés, allí aprendimos francés y español, y mis padres dijeron que no más idiomas. Quise aprender luego pero no tenía con quien practicar. Siempre nos hemos sentido vasco-colombianos.

¿De dónde sale su nombre?
Sabino Arana, político, escritor e ideólogo español, considerado el padre del nacionalismo vasco, detectó que no había muchos nombres originalmente vascos e inventó Kepa, que viene de una raíz griega que significa piedra.

Sus dos más recientes personajes fueron Gervasio Sánchez en ‘Bolívar’ y el Emperador en ‘María Magdalena’, y también lo vimos como Roberto Mendoza en la repetición de ‘Betty’, una caracterización corta.
Trabajaba en RCN como director. Allí estuve al frente de La casa de las dos palmas y Garzas al amanecer, entre otras, y un día, Fernando Gaitán, libretista y autor de Betty, me propuso el personaje. Le dije que sí, pero que cortico, porque no quería descuidar la otra línea de trabajo. Me lo gocé mucho y recuerdo muy bien dos escenas largas, una con Ana María Orozco (Betty), en la que le digo que no se vaya porque nos puede salvar, y otra con Natalia Ramírez (Marcela), en la que también le pido que no se vaya (ambas de Ecomoda), porque es vital.

¿Qué es lo mejor de hacer un personaje de época?
Es una delicia trasladarse a otros mundos y tiempos, a otra manera de hablar y comportarse. En la medida en que uno los hace más o menos bien, se aprende de ellos. No digo que los actuales no sean buenos, pero son más cercanos por razones de espacio y tiempo.

Previous Niveles de compra de voto para lecciones 2019 y controles de las autoridades - Delitos - Justicia
Next Debate por las ventas ambulantes y fallo de la Corte que aclaró sanciones - Cortes - Justicia