“Callar una palabra de afecto es dejar una cicatriz en el silencio”: Ludwig Wittgenstein.
Los mensajes para expresar el afecto parecen haber caído en las formas prefabricadas, en las frases de cajón, como si los sentimientos fueran los mismos en todas las circunstancias y para todas las personas: “Que pases un día maravilloso en compañía de todos los tuyos”.
En la vida cotidiana, los estilos más propagados son las copias de la verborrea de los famosos; y los demás ciudadanos, al rehacerlas, juran que manifiestan una sensación única y extraída de las profundidades del alma: “¿Cómo vas?”, “¿cuándo nos tomamos un café?”, “rico verte”, “¡cuídate!”. Asimismo, la desenfrenada cantidad de mensajes en las redes sociales ni siquiera permite elaborar en palabras algún pálpito interior, y solo se replican los clichés: “En este Día del Amor y la Amistad, te mereces lo mejor del mundo”.
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Sí. Es también la automatización del afecto, cuando las máquinas han empezado a “recordarlo” todo y la humanidad, a sumergirse en la amnesia. A veces, se le ocurre a uno pensar que el confinamiento daría la oportunidad de ahondar en las apreciaciones propias ante el mundo y los semejantes; pero los discursos manidos se sostienen con la difusión de las palabras de moda en los chat: “Esto pronto pasará y nos encontraremos de nuevo”.
El afecto por los seres queridos, sin embargo, es una necesidad irreprimible, y siempre habrá quienes reiteran los deseos de bienestar y, por supuesto, esperan recibirlos
El afecto por los seres queridos, sin embargo, es una necesidad irreprimible, y siempre habrá quienes reiteran los deseos de bienestar y, por supuesto, esperan recibirlos. Por eso, la muralla del distanciamiento obligatorio (y, ese sí, vital) no ha impedido compartir los sueños, aunque sean cuadriculados y se fijen en las paredes vacías de la socialización.
Enunciar el amor apenas en las fechas convencionales es reducirlo. Las exigencias de un obsequio, cuando se atiborran los centros comerciales y se forman avalanchas para apretar el cariño en las cajas registradoras, empañan su autenticidad con moñitos coloridos y tarjetas de frases multiplicadas en serie. Tampoco entraña mucho valor si el recuerdo de estas se ajusta al calendario de las redes sociales: el verdadero amor está señalado todo el tiempo en el almanaque del corazón.
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“A medida que crecen las necesidades, se complican los negocios”, decía Rousseau, y se sustituyen lo sentimientos por las ideas. Y una parte de los negocios es simular el afecto. Hasta hace apenas unos años, para las fechas coyunturales se imprimían en serie docenas de mensajes impersonales con fingidas dosis de amistad. Para ello, como en el horóscopo, los contenidos eran genéricos y vagos; además, apuntaban a intenciones más rentables. Así, todos los destinatarios recibían una misma frase: “Feliz Navidad y próspero Año Nuevo”.
Como paradoja, estamos en una época en que muchas personas declaran un estilo de vida único y, sin embargo, acogen con mucha facilidad (sin notarlo) las esparcidas maneras de declarar el afecto: ¡qué generalizada está la particular cursilería! Y los ejemplos patentes y patéticos abundan: “Mi vida cambió cuando tú apareciste” (la vida cambia aparezcan o no aparezcan otros), “para una persona muy especial” (si tan solo se enteraran de que cada persona es única, irrepetible, pero el mundo borreguil impide descubrirlo).
A veces, también es risible la falta de originalidad en los mensajes que destacan las obviedades y la inclinación natural por preservar la vida: “Gracias por ser como eres” (como si eso pudiera evitarse) o “por existir” (como si viviéramos en medio de suicidas), “me haces falta”, “te extraño”, “¿cuándo llegas?” (las pildoritas cursis sincronizadas en los chats).
En los cumpleaños (incluidos los 15), las bodas, despedidas, grados, ascensos y, por supuesto, en esta amorosa y amistosa fecha que se celebra este fin de semana, surge la ineptitud ante la timidez, la indecisión, el fariseísmo o los momentos definitivos, que se cubren solo con pañitos de agua tibia: “¿Estudias o trabajas?”, “que te consientan mucho”. “te quiero mucho”, “siempre estarás en nuestros corazones”.
Y cuando Cupido hace de las suyas, la autoestima queda bajo tierra: “Tú haces que mi vida tenga sentido”, “sin ti no sé qué sería de mí”, “tu sonrisa es el sol de mi mañana”, “me haces falta”, “te extraño”, todas insípidas y baratas metáforas (unas), y muletillas (otras) para indicarle a un ser querido que basta un gesto suyo para alegrarnos la existencia.
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Por todo ello y en esta fecha tan especial, agradezco tanto a los que me engañaron, a los que se apartaron de mí, a los que nunca llegaron, a los que me causaron dolor, a los que me calumniaron, porque me dejaron claro que no debía contar con ellos: “¡Bendiciones!”.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA
*Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral de Buenos Aires y profesor de la Universidad de la Sabana en Colombia.