Padres que ignoran a sus hijos por usar sus celulares - Educación - Vida




Un día de marzo, Daniel Halpern –director del ‘think tank’ Tren Digital, de la Universidad Católica– entendió lo que era ser ‘un niño mosca’. Estaba haciendo una dinámica en un colegio cuando, al preguntarle a un grupo de alumnos de primaria con qué animal se identificaban, uno de ellos mencionó este insecto. Un bicho algo sucio, que molesta y se aplasta sin piedad. Dijo que se sentía así porque “iba de lugar en lugar sin que nadie lo notara, y que cuando se acercaba, le decían que se fuera”. ¿Dónde estaban sus padres? Ahí, presentes físicamente, pero absortos, como muchos, en las pantallas de sus teléfonos.

El comentario del niño lo afectó tanto que después escribió una columna al respecto en ‘El Mercurio’. El texto se viralizó rápidamente. Recibió muchos llamados de colegios y ‘posteos’ de padres en redes sociales.

“Los papás se sintieron muy identificados. Es habitual que no perciban su conducta como algo negativo, hasta que les haces ver las consecuencias ‘off-line’ de su vida ‘on-line’. Me llamó una mamá estremecida: estaba en etapa de lactancia y se dio cuenta de que siempre le daba pecho a su hijo mientras miraba el teléfono, sin conectarse para nada con él”, dice Halpern. Y agrega: “La imagen de una mosca ilustra una autoestima dañada por falta de atención. Ningún padre quiere tener hijos mosca, pero los están criando y no se dan cuenta”.

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El costo de hablar menos

Por lo general, el foco de la crítica hacia el uso excesivo de pantallas está puesto en el daño que estas les hacen a los menores de edad. Pero se ha investigado menos sobre el efecto que tiene en los niños el hecho de que sus padres estén permanentemente atentos a sus teléfonos. A lo que Erika Christakis –antropóloga, exinvestigadora del Yale Child Study Center y autora del libro superventas ‘The Importance of Being Little: What Young Children Really Need from Grownups’, de 2017– llama “parentalidad distraída”. Y que quizás tenga su mejor ejemplo en lo que cotidianamente se ve en los parques: mientras los niños juegan en los columpios, los adultos están sentados haciendo ‘scrolling’.

La importancia de mirarse

Claramente, ningún padre está ciento por ciento atento a sus hijos todo el día. Esto no solo es imposible, sino que, además, podría ser contraproducente porque impide que los pequeños vayan aprendiendo a arreglárselas solos y ganando así seguridad en sí mismos. “La desatención parental ocasional no es catastrófica, puede incluso construir resiliencia, pero la desatención crónica es otra cosa”, precisa Erika Christakis en ‘The Atlantic’.

Dos investigadores –Brandon McDaniel, Ph. D., académico del Departamento de Estudios de Familia y Ciencias del Consumidor en la Universidad Estatal de Illinois, y la doctora Jenny Radesky, académica de la división de pediatría conductual y del desarrollo de la Universidad de Míchigan– decidieron analizar los efectos que esta desatención tiene en los menores. Sus hallazgos, publicados en la revista científica ‘Child Development’ en 2018, sugieren que el daño de esta conducta va mucho más allá de ser un mal ejemplo para las nuevas generaciones. Y han generado alarma.

“Todos conocemos escenas como esta. Tu teléfono vibra cuando estás jugando con tu hijo. Lo revisas. No es nada importante, pero sin darte cuenta terminas mirando Facebook y luego, Instagram. Diez minutos después levantas la cabeza, y tu hijo ya se fue a jugar solo”, ejemplifica McDaniel en una columna publicada por el IFS (Institute for Family Studies). Y esto es cada vez más común. En uno de sus estudios (publicado el 2016 en ‘The Social Science Journal’), el 65 por ciento de las madres reconocen que los dispositivos tecnológicos interrumpían la interacción con sus hijos durante los momentos de juego e, incluso, en otras instancias.

Me llamó una mamá estremecida: estaba en etapa de lactancia y se dio cuenta de que siempre le daba pecho a su hijo mientras miraba el teléfono, sin conectarse para nada con él

En este ciclo vicioso, el vínculo entre padres e hijos se daña, pero también el desarrollo normal del niño. Según el estudio de McDaniel y Radesky de 2018, para el cual se hizo seguimiento a 170 familias en Estados Unidos, existe una asociación evidente entre el uso frecuente de tecnologías por los padres y problemas conductuales en sus hijos. A esto lo llaman ‘tecnoferencia’ (interferencia tecnológica). “La tecnoferencia es la interrupción diaria de la interacción cara a cara debido a la tecnología”, explica McDaniel. Cuando es frecuente, se relaciona con problemas conductuales en niños pequeños. Esto puede deberse a diferentes razones. Por ejemplo, puede ser que los niños estén reaccionando al uso de aparatos tecnológicos por los padres, sintiéndose excluidos o ignorados y proyectando estas emociones negativas en su conducta. También, que impacte la sensibilidad de los padres, lo cual con el tiempo puede ir influenciando el modo de actuar de los niños.

Los investigadores suelen encontrar que tanto los niños pequeños como los adolescentes muestran rabia, frustración, soledad y tristeza cuando hablan sobre el uso de teléfonos inteligentes por sus padres. Esto se traduce en hiperactividad o conductas disruptivas.

“Los niños tienen que entender que los papás trabajan con el celular, que lo necesitan. No se trata de demonizar los teléfonos. Pero los padres también necesitan entender que el uso del celular es adictivo. Debe haber espacios libres de tecnología. Porque el niño aprende de sus padres a interactuar socialmente y a controlar sus emociones. Si están ausentes, ensimismados en sus pantallas, ¿cómo se enseña esto?”, asegura la doctora Andrea Aguirre, psiquiatra infantojuvenil de la Clínica Universidad de los Andes, en Argentina, y quien está formando una unidad (aún en pañales, dice) en torno al tratamiento de problemas relacionados con el abuso de nuevas tecnologías.

En este proceso, explica la doctora, la mirada de los adultos es central. La mirada en sentido literal: que los ojos se crucen. No sirve contestar una pregunta sin levantar la cabeza, con la atención a medias. “Cuando te miran, te validan. Cuando esto no ocurre, el niño siente que no tiene peso dentro de la familia, que no es importante. Esto afecta su autoestima. Más tarde podría repetir esta misma dinámica en sus relaciones interpersonales y de pareja”, explica la doctora.

En esta línea, McDaniel advierte que el gran riesgo de la tecnoferencia está en que la falta de conexión con los hijos va anidando en los menores un estilo de relación que luego se replicará en su adultez. La ‘sensibilidad parental’ (como llama el hecho de poder conectarse con las necesidades emocionales de los niños) establece el tipo de relación o lazo emocional, y luego –explica– esto deja en los niños un modelo de cómo debiera ser una relación. Así, la mala calidad del vínculo que produce la interferencia tecnológica en la niñez se puede perpetuar en un ciclo nocivo. Uno que se reduce cada vez que los padres dejan apagado, o al menos alejado, su celular.

SOFÍA BEUCHAT
EL MERCURIO (Chile) - GDA

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