Índigenas del Amazonas participaron en taller de cine con Netflix en Frontera Verde - Cine y Tv - Cultura




Solo se escucha el crepitar del tabaco que se consume al ser aspirado por el brujo. De entre su pelo largo, blanco y sucio sale el humo, su rostro no se ve. Al frente suyo, los ojos desorbitados de un joven miran fijamente el cuchillo que levanta con su mano derecha. Escurre sudor por su frente. El brujo le dice: “Si a ella quieres tener, un sacrificio debes hacer”. A lo que el joven responde con el descenso abrupto del cuchillo sobre su dedo índice amputándoselo por completo. El grito ocupa el silencio del lugar, traspasa una calavera, el fuego de una vela e incluso las paredes de esa choza en medio de un pueblo indígena cerca de Leticia, en el Amazonas.

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“Corte”, gritan. El equipo de grabación respira. La humedad es total, incluso más de la normal que puede tener la selva amazónica. Son más de 18 personas encerradas en una choza cubierta por plásticos para mantener la iluminación necesaria para la escena. El sonidista descansa el micrófono que se eleva sobre las cabezas de los actores. El joven que se amputó el dedo estira el dedo amputado para poder descansar mientras los encargados de grabar reproducen la escena en la cámara y dicen: “Toca repetir”. Todos se ponen en posición nuevamente: solo se escucha el crepitar del tabaco…

“Ese muchacho es muy buen actor”, dice Miguel Dionisio una vez sale de la choza. “¿A que muchos no se imaginan el talento actoral que se puede encontrar en la selva?”, pregunta retóricamente mientras se apoya en un árbol. Incluso él es evidencia de lo que señala. Miguel era solo un profesor de Educación Física en el resguardo indígena de la comunidad de Nazareth, río arriba desde Leticia, hasta que participó en un casting y resultó elegido para aparecer en El abrazo de la serpiente, y luego para ser coprotagonista de la miniserie de Netflix Frontera verde. Él interpretó a Yua, conocido como un ‘eterno’ pues su conexión con la manigua extiende su vida como la savia de los árboles.

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En total, 32 estudiantes participaron del Taller de Narrativa Audiovisual.

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Andrea Moreno. EL TIEMPO

“Me parece fantástico que Netflix y Ficamazonía le dieran esta oportunidad a estos jóvenes”, señala al tiempo que pasan tres de ellos con la utilería para el maquillaje de los actores y se internan en la choza. Ellos, el actor y el sonidista, y la mayoría de los estudiantes elegidos son jóvenes, aunque cuenta con algunos adultos, como, por ejemplo, el actor que interpreta al brujo.

En total fueron 32 estudiantes provenientes de distintas comunidades y etnias del Amazonas colombiano los elegidos para aprender de cineastas, documentalistas, sonidistas y guionistas del más alto nivel tanto colombianos como extranjeros.
“Yo creo que ya casi acaban”. Pasaron pocos segundos después de que Miguel lo dijera para que se escuchara un estruendo de aplausos en la choza. La última escena que faltaba por ser grabada había terminado. Miguel brinca dentro y todos se abrazan emocionados. “No celebren tanto”, dice un profesor casi de forma autoritaria en medio de la felicidad, “falta la edición”.

De ese momento a la actualidad han pasado algunos meses, y como sorpresa para esos 32 estudiantes, Netflix les avisó que sus cortometrajes estarían en la plataforma. Por ejemplo, quien quiera ver esa escena puede buscar la serie Frontera verde y en la sección de contenidos asociados encontrará La puzanga y también el documental Árbol de vida y muerte.

—¿De qué trata la historia, Miguel?

—Bueno, usted sabe que la selva tiene muchos mitos. Uno de esos es el de la puzanga. Es una medicina que hacen los viejos. Pero también los brujos amazónicos algunas veces la preparan con propósitos oscuros. En específico, esta historia trata de un recuerdo que tiene un muchacho sobre su vida, su pensamiento y el amor que le tiene a una chica que no le correspondió. Es un momento muy bonito en el que él piensa que la medicina de la puzanga es un medio para conquistarla, pero no le funciona.

Es tan frecuente escuchar historias sobre la puzanga en el Amazonas que incluso el verbo ‘puzangear’ se usa como una advertencia, especialmente a los turistas y en particular a las mujeres que llegan a Leticia. “Tenga cuidado, no reciba nada, y pilas si ve que lo untan de alguna sustancia, la pueden ‘puzangear’ ”, les dicen.

—Yo fui quien escribió la historia de La Puzanga— dice Jonathan Braga, un joven de 28 años de la comunidad huitoto que vive en Leticia.—¿Por qué la escribió?

—Siempre me ha interesado escribir. Y esa historia sobre la puzanga la he escuchado toda mi vida. De hecho, tengo una heladería que se llama así y tengo un sabor de helado de Puzanga (en realidad es una fruta amazónica que le puse así). Ahora mismo estoy haciendo un trabajo de documentar el proceso de mi heladería.

Justamente de lo que trató el Taller de Narración Audiovisual Frontera Verde es lo que él está haciendo: darles las herramientas a estos jóvenes para que puedan contar sus historias de la mejor manera.

Arturo Díaz, director de series originales para América Latina de Netflix, le explicó a EL TIEMPO desde Los Ángeles (Estados Unidos) que “lo importante era que los alumnos contaran historias relevantes para ellos y para su comunidad. Durante el taller pudieron hacer que los cortos tuvieran una calidad profesional para contar esas historias con todas las herramientas que les permitieran hacerlo de la mejor manera posible”.

La productora y realizadora audiovisual Luisa Sossa acompañó a Alexis Rufino en el proceso de grabar el documental ‘Árbol de vida y muerte’.

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Andrea Moreno. EL TIEMPO

Jonathan ahora está trabajando por su lado en dos historias, una que le dio su abuelo y otra que escuchó. “Son historias que tienen mucho del Amazonas y tienen mucho poder. Como yo aprendí de guion y aprendí a escribir y decir las cosas, entonces me reuní con compañeros para hacer una de esas historias. Soy tecnólogo en alimentos, pero a mí me gusta contar historias. No es de lo que uno vive, pero el sueño se va haciendo realidad”, explica.

Otro mundo

Mientras terminan de recoger todos los equipos de la grabación del corto de ficción. Otro grupo se encuentra en la sede de la Universidad Nacional, que tiene dos malocas, una que funciona como el corazón del pensamiento ancestral y otra en la que duermen los estudiantes en literas. De esta última sale Omaira con su pelo recién lavado. Su español no es el mejor, y es casi que una extranjera entre todos los estudiantes. Su viaje desde su tierra hasta Leticia sería más que suficiente para una película entera.

Para que Omaria Tanimuca participara del taller tuvo que darle el texto a los guardabosques del Parque Nacional Natural Río Puré, en el que se encuentra su comunidad, específicamente en el corregimiento de Mirití, y ellos lo enviaran a Ficamazonía.

Una vez Omaira quedó seleccionada tuvo primero que llegar en canoa hasta el resguardo de los guardabosques, más o menos a una hora de su casa. Luego, ellos la llevaron en lancha río abajo durante unas seis horas hasta llegar a la pista de aterrizaje más cercana y de ahí cogió una avioneta que en un vuelo de tres horas la llevó hasta Leticia, tierra que nunca había pisado en su vida. En total, el viaje le tomó tres días mientras esperaba cada uno de los transportes. 

—¿Qué tal le ha parecido Leticia?

Durante un mes el grupo de 32 estudiantes aprendieron y realizaron un documental y un cortometraje de ficción.

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Andrea Moreno. EL TIEMPO

Es en la sede de la Nacional donde durante un mes los estudiantes aprendieron de los mejores para sacar sus proyectos. Esa sede tiene una maloca espectacular que replica las malocas originales de algunas comunidades indígenas de la región, como la comunidad de las marapú (comunidad de las avispas) o de San Pedro de los Lagos.

A dos horas de Leticia en lancha, sumergidos en la selva, se encuentran los ticuna de esta comunidad, una de las más antiguas y, a su vez, apartadas de la Amazonia colombiana. A ella pertenece Alexis Rufino, de 29 años, que al presentarse dice: “Nací debajo de un árbol”.

Después de 100 años, Hilda Lorenzo, bisabuela de Alexis, cacique y líder espiritual del asentamiento, murió. Matilde, su hija mayor y abuela de Alexis, heredó la conducción de la vida espiritual del territorio, entonces ella buscó respuestas en los elementos de su cotidianidad para transmitir a su familia que su madre no había muerto y que estaba entre ellos, en todo. Y es que en marapú los muertos se siembran para que permanezcan en cada elemento de su cotidianidad, el río, la selva, las aves, los peces.

“Esa fue la historia que quise contar”, dice Alexis sentado en la maloca de la Nacional acompañado por la profesora que lo guió en la dirección del documental, la productora y realizadora audiovisual Luisa Sossa.

—¿Cómo resumiría la historia? —Es la muerte vista no desde el entierro como un fin, como se tiene en otras culturas. Es la historia de Hilda, mi abuela, quien falleció en diciembre. Ese es un gran acontecimiento en la comunidad tikuna. Es la primera persona que fallece en 100 años. Matilde, quien es la persona que se queda con la espiritualidad y cuidado de la comunidad (líder espiritual), busca en la naturaleza ese encuentro que quiere tener con la abuela. Nosotros tenemos la cosmovisión de que los muertos se siembran como una semilla, no es enterrar y olvidar. Una semilla que crece y da frutos y es donde se encuentra el alimento, la vida y también todo el ambiente de selva y la paz que se va a encontrar. Es una cosmovisión bonita porque ese árbol lo conocemos como el árbol de los peces porque siempre hay relación cercana con el río.

—¿Cómo fue el proceso de grabar, Luisa?

—Fue una experiencia espectacular, es increíble esa visión tan hermosa que tienen no solo sobre la muerte sino también sobre la vida. No olvidaré el momento en el que Matilde lleva a su madre muerta en los brazos y la entierra en el árbol donde han enterrado a sus ancestros, y cómo ella empieza desde ese momento a revivir en los árboles, en la naturaleza y en la comunidad misma.

—Alexis, el documental es también un mensaje importante para el mundo entero…

—Hay un mensaje muy bonito y es que los árboles son nuestros ancestros. Nos quedamos con ese aprendizaje porque creemos que muchas veces son solo árboles y pasa, por ejemplo, la deforestación en la Amazonia y la explotación de la selva. Pero si entendemos lo que realmente es un árbol, vamos a entender que no podemos destruir la selva. Es una llamada de atención al mundo a que escuchen el mensaje de nosotros los indígenas, un mensaje sobre el respeto por la naturaleza y por cada uno de los lugares que visitamos y tenemos. Sobre su conservación.

Los 32 se graduaron, y ahora sus historias las pueden ver 193 millones de hogares en el mundo.

SIMÓN GRANJA MATIAS 
REDACCIÓN DOMINGO @simongrma

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